Francesco Borromini

«Borromini podía enseñar el trabajo a los albañiles, los encargados de los estucos, los carpinteros, los canteros y los herreros»
Refieren las crónicas que Francesco Borromini nació el 25 de septiembre de 1599 en la localidad de Bissone, que por aquel entonces formaba parte del Milanesado y, por tanto, de España, si bien hoy pertenece al cantón helvético del Tesino (de aquí que actualmente los suizos consideren a este insigne arquitecto como su compatriota).

Su nombre fue Francesco Castelli; más tarde, motivado por su primera gran obra como arquitecto independiente, sin duda, la más influyente y personal de todas, San Carlo (Borromeo) alle Quattro Fontane, pasaría a llamarse Francesco Borromini.

DISEÑADOR Y CONSTRUCTOR

Hubo una serie de circunstancias que perfeccionaron el genio arquitectónico innato de Francesco Borromini: por ejemplo, fue hijo de cantero y de joven trabajó en la cantería de la catedral de Milán; de ahí que en San Carlino no solo diseñaba, sino que también construía.


Según el Padre Trinitario San Juan de Buenaventura, favorecedor y amigo personal de nuestro artista: «Borromini podía enseñar el trabajo a los albañiles, los encargados de los estucos, los carpinteros, los canteros y los herreros».



A esa destreza manual se añade un profundo conocimiento de las teorías matemáticas y de óptica de Galileo, el aprendizaje de su maestro Carlo Maderno y de su referente como artista, Miguel Ángel.



Hay una anécdota que ilustra la pericia y la capacidad innovadora de Borromini: una vez terminada la construcción de la iglesia de San Carlino, los albañiles se negaron a desmontar el andamiaje interior que sostenía su cúpula por miedo a que la novedosa construcción colapsase y se derrumbase sobre ellos. Él, seguro de su obra y para transmitir confianza a aquellos timoratos obreros, se situó en el centro del templo mientras desmontaban el andamiaje, acreditando así su obra con su propia vida.
Borromini dedicó su vida a San Carlino, y, aun así, no lo vio terminado.

LA RIVALIDAD CON BERNINI

Otra circunstancia que espoleó el ingenio de Borromini y engrandeció su genio fue su recíproca rivalidad con Gian Lorenzo Bernini. La arquitectura barroca italiana no se comprende sin la rivalidad de estos, sus dos mayores exponentes.



Habían comenzado a trabajar juntos, pero acabaron en una abierta enemistad personal y una desmedida competencia profesional que les provocaba querer despuntar sobre el otro. Dos temperamentos distintos, dos formas de entender la vida, dos formas de comprender el arte… y dos sublimes producciones artísticas.


Como reacción a la construcción de la iglesia de San Carlos de las Cuatro Fuentes de Borromini para los trinitarios, Bernini erigió junto a ella San Andrés del Quirinal para los jesuitas, una iglesia en cierto modo análoga por su tamaño y sus trazados no rectilíneos, si bien contraponiendo las elegantes líneas de San Carlos con la suntuosidad del ornato en San Andrés.



Otro ejemplo ilustrativo de su rivalidad son el ‘diálogo’ de imágenes en la Plaza Navona: entre la imagen de Santa Inés en la iglesia de Santa Inés en Agonía, de Borromini, y las imágenes de la Fuente de los Cuatro Ríos de Bernini.

OBRA PÓSTUMA

Borromini dedicó su vida a San Carlino, y, aun así, no lo vio terminado.



Vivió atormentado muchos años, en lo personal, por su carácter melancólico y un tanto taciturno; y en lo profesional, sobre todo por su rivalidad con Bernini. Ambas circunstancias abocaron a Borromini a una tentativa suicidio en la noche del 2 de agosto de 1667, que se prolongó durante largas horas y finalmente se materializó el 4 de agosto.



Su sobrino Bernardo continuó las obras hasta 1671.

UN ESTILO ARQUITECTÓNICO PROPIO

Borromini cultivó un estilo arquitectónico propio, caracterizado primero por la audacia en sortear la mesura, rigurosidad y quietud del Renacimiento, para generar un dinamismo más acorde con la naturaleza, mediante una embriagante sucesión de formas cóncavas y convexas.



En Borromini nada es casual, puesto que la obra arquitectónica está vertebrada por un continuo sucederse y entrelazarse de figuras geométricas elementales. 

Todo ello iluminado y realzado por una luz cenital difusa y profusa, que evoca el resplandor y esplendor de la Gloria celestial.

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