DISEÑADOR Y CONSTRUCTOR
Hubo una serie de circunstancias que perfeccionaron el genio arquitectónico innato de Francesco Borromini: por ejemplo, fue hijo de cantero y de joven trabajó en la cantería de la catedral de Milán; de ahí que en San Carlino no solo diseñaba, sino que también construía.
Según el Padre Trinitario San Juan de Buenaventura, favorecedor y amigo personal de nuestro artista: «Borromini podía enseñar el trabajo a los albañiles, los encargados de los estucos, los carpinteros, los canteros y los herreros».
A esa destreza manual se añade un profundo conocimiento de las teorías matemáticas y de óptica de Galileo, el aprendizaje de su maestro Carlo Maderno y de su referente como artista, Miguel Ángel.
Hay una anécdota que ilustra la pericia y la capacidad innovadora de Borromini: una vez terminada la construcción de la iglesia de San Carlino, los albañiles se negaron a desmontar el andamiaje interior que sostenía su cúpula por miedo a que la novedosa construcción colapsase y se derrumbase sobre ellos. Él, seguro de su obra y para transmitir confianza a aquellos timoratos obreros, se situó en el centro del templo mientras desmontaban el andamiaje, acreditando así su obra con su propia vida.
Borromini dedicó su vida a San Carlino, y, aun así, no lo vio terminado.